viernes, 19 de abril del 2024

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President Nixon bowling
El presidente no puede parar de llorar. No se explica cómo “un simple robo” como el del Watergate ha podido acabar con él. Nixon invita a un sorprendido Kissinger a arrodillarse con él y rezar, pero tras la plegaria se pone a dar puñetazos en el suelo.

Entre líneas

Opinión por Daniel Santos Flores

Esta semana, mientras me decidía entre cuál de todos los temas que hay en el aire escribir, un buen amigo me recomendó una lectura del diario español lavanguardia.com escrita por Carlos Hernández-Echevarría el 17 de enero de 2021 y la cual titula: Fin de una presidencia, Alcohol, delirios y amenazas de suicidio: los últimos días de Nixon en la Casa Blanca.

En esta interesante lectura, Carlos nos narra el espectáculo de un presidente inestable y peligroso antes de dimitir un 9 de agosto de 1974 al cargo de Presidente de los Estados Unidos de América, ocasionado por el escándalo del Watergate. Los detalles del impeachment no son de importancia para esta columna; sin embargo lo que antecedió al día de su dimisión. Richard Nixon, bebía, se desvelaba atormentado, platicaba alcoholizado con los retratos de sus predecesores y tenía importantes cambios de humor que asustaron a su familia y a sus colaboradores más cercanos, inclusive algunos de ellos temían un suicidio.

Un día antes de su dimisión, Nixon hace llamar a su Secretario de Estado, Henry Kissinger para confiarle sus dudas sobre su renuncia y sobre cómo le recordará la historia. Kissinger intenta consolar a su todavía jefe, pero Nixon está deshecho y se derrumba. El presidente no puede parar de llorar. No se explica cómo “un simple robo” como el del Watergate ha podido acabar con él. Nixon invita a un sorprendido Kissinger a arrodillarse con él y rezar, pero tras la plegaria se pone a dar puñetazos en el suelo y entre lágrimas se pregunta: “¿Qué he hecho? ¿Qué ha pasado?”.

Esta escena, también la podemos encontrar en la película de 1989 titulada “The Final Days”. Un presidente que le preocupaba en como sería recordado y, en como sería colocado en la historia después de haber dejado el poder.

Los días por venir para el actual mandatario de Tamaulipas parecen difíciles. Carga con el escarnio de los Tamaulipecos, de sus seguidores, de sus funcionarios, carga también con la pena del que dirán en el círculo rojo de la grilla nacional en la que se mueve; sin duda para un hombre que tiene demasiado ego, esto es más dañino que cualquier enfermedad. Habrá quien diga que negoció, habrá otros tantos que le reprochen la realidad, esa que se asoma por un lado del discurso, de los boletines, de las inserciones pagadas en medios de circulación nacional, esa realidad que grita que Tamaulipas estaba siendo oprimido, que la gente no estaba contenta, que tanta bronca terminaría por cansar a todos y, que la imagen del vaquero echado pa´delante no era lo que querían los Tamaulipecos. La primera semana es difícil, la segunda un poco más, de la tercera en adelante, son terribles. La gente ya no te habla como antes, tus “amigos” ya no te contestan el teléfono, cuando el dinero se acaba ya nadie te quiere “hacer favores”, bueno, hasta lo guapo se te quita.

Inminentemente, Cabeza de Vaca estará frente a ese frío momento de soledad, abrazando y tragándose su derrota, contemplando su castillo de naipes derrumbado; y en ese momento en que la angustia le cuestione, ¿qué sigue?, puede ser el momento preciso de emular a Nixon, hincarse, ponerse a orar y preguntarse: “¿Qué he hecho? ¿Qué ha pasado?”.

Reenviado

El otro que su soberbia no le ha permitido darse cuenta que lo engañaron, al que le aseguraron que los alcaldes jalarían en contra y, que juntos harían ganar al contrario, es el ahora traidor consentido: Adrián Oseguera. Por más declaraciones y notas periodísticas que dé, el mote ya se le quedó.

Daniel Santos Flores. Consultor político. Cuenta con una experiencia en política y gobierno de más de 20 años, ha contribuido, planeado y dirigido campañas en México y EEUU. Daniel ha sido nominado a diversos premios como mejor estratega. Ahora dirige su propia empresa de consultoría en comunicación política, estrategia y gestión de crisis: Capisci.

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