Carlos Manuel Juárez
San Fernando, Tamaulipas.- Auschwitz, Chernobyl, Ruanda, Hiroshima y Nagasaki son pueblos recordados por la honda herida causada por los humanos más bárbaros de su época, comunidades que cargan con una memoria doliente, con un estigma doloroso e imborrable. A este tipo de poblados pertenece San Fernando, Tamaulipas.
Durante doscientos sesenta y cinco años, San Fernando fue reconocido por ser el municipio más grande de la entidad, por ser de los primeros territorios ganaderos, agrícolas y pesqueros, por la riqueza en petróleo y gas. Toda la historia buena fue enterrada el 21 de agosto de 2010, noche de la masacre de 72 migrantes, 5 meses después del aniversario 261 de la octava villa del Nuevo Santander.
El general Fernando Sánchez Zamora fundó la Villa de San Fernando de la Llave, también nombrada San Fernando de Presas, el 19 de marzo de 1749. Antes, de acuerdo con el plan de colonización de José de Escandón, se fundaron las villas en Llera, Güemes, Padilla, Santander, Burgos, Camargo y Reynosa a lo largo de 15 meses.
Dos años después del establecimiento una inundación hizo que los fundadores buscaran un mejor territorio. Para 1757, la población integrada por 393 personas, 150 indios quedepeños y comecrudos decidieron mudarse al lugar que hoy ocupa la cabecera municipal, refiere la Revista Militar y de Pobladores elaborada el 5 de julio de 1757.
El cronista Israel González Garza en su libro “Nuevo León y la Colonización del Nuevo Santander” expone que la villa de San Fernando era una sucursal de Cadereyta. Esto porque todos los habitantes provenían del poblado nuevoleonés.
“De allí y de otras partes del Nuevo Reino de León, llegaron las cuarenta y tres familias fundadoras Sánchez de Zamora, Santos, Coy, Villarreal, Hinojosa, Caballero, Flores, Alanís, Montemayor, Cantú, Galván y otras. Así lo testificó Nicolás Iglesias Merino, que fue quien las condujo; corroborando la referencia el testimonio de Cayetano Caballero.”, menciona el libro.
Desde sus primeros años la villa fue famosa por el auge ganadero. En corto tiempo las familias ya contaban con 4 mil 598 bestias caballares de cría, 191 mulas, 38 yuntas de bueyes, 11 mil 600 cabezas de ganado menor y mil 400 cabezas de ganado vacuno, 180 burros y 499 caballos mansos para la escuadra de soldados y vecinos, según documentos históricos.
La historia reciente
Durante la primera mitad del siglo pasado San Fernando vivió en el atraso debido al cacicazgo de Lauro Villalón de la Garza. El hombre usaba su peso político para frenar el desarrollo del municipio, cuenta el profesor Jesús Gracia Padilla, quien fue el cronista de la localidad. Uno de las afectaciones fue el robo de tuberías y boicoteó de las obras planeadas por Petróleos Mexicanos (Pemex) en la zona.
La vida económica del pueblo se sostenía de la ganadería y la pesca. En 1955, aproximadamente, pobladores empezaron a sembrar algodón. A la par, los sanfernandeses cultivaban maíz y frijol para consumo propio. Los ranchos La Negra y El Aracúan fueron de los principales en la producción de algodón. “Venía gente de otras partes a las pizcas. Había más gente en el campo que en la ciudad. Se decía que Matamoros era próspero en algodón pero realmente era San Fernando”, dice Gracia Padilla.
En 1966, el profesor Gumersindo Cardoza Espinel gana la presidencia municipal y corta de tajo el poderío de Villalón. El maestro fue apoyado por Emilio Martínez Manatou, en ese momento se desempeñaba como secretario del presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz. Además, políticos de Matamoros respaldan a Cardoza.
El poder político fue tomado por profesores y el sector agropecuario.
El cronista destaca el trabajo de Darío Pérez Barquiarena, alcalde del periodo 1981-1983. En dicho trienio comenzó la explosión demográfica y el gobierno se vio obligado a dar los servicios públicos similares a los de las ciudades principales del estado.
A principios de la década de los ochenta la bonanza algodonera desaparece por la creación de las fibras sintéticas, como el poliéster y el hilo. Empero, la actividad cinegética, en especial la caza de la paloma ala blanca, se convierte en un generador de dinero por la visita de turistas estadounidenses a los clubes tamaulipecos. La actividad pesquera también formó parte de los atractivos turísticos y a la vez se mantenía como una industria con alta producción.
El conjunto de actividades primarias, secundarias y de servicios impulsaron a San Fernando en el inicio del siglo veintiuno. En los primeros años de la transición de la presidencia el municipio resintió los primeros embates de la inseguridad y la violencia generada por el crimen organizado. Poco a poco la fortaleza económica menguó hasta caer en crisis en 2009.
A pregunta directa sobre el inicio de la delincuencia franca y rampante, Gracia Padilla narra tres hechos relacionados con el tema. “En el segundo lustro de la década de 1920 le suspendieron la licencia médica a un doctor porque había recetado morfina a los soldados. En 1949, para celebrar el bicentenario, los pobladores colocaron sus sillas en las calles, allí las dejaron y nadie se las llevó. Inclusive, hay otro apunte de 1930 de un comprador de ganado que se le mojó el dinero que traía para adquirir reses. Puso a secar los billetes en el quiosco y nadie se lo robó.”
La inseguridad y la violencia, presume el cronista, se gestó a partir de 1980, con el aumento desmedido de la población. Guanajuatenses, veracruzanos y potosinos se asientan en el municipio para trabajar en diversas actividades de la vida económica. La llegada de tantas personas generó desconfianza en los primeros pobladores de San Fernando.
Ante la carencia de una identidad municipal soportada en personajes valiosos para la historia del municipio, el profesor Jesús Gracia propone que los san fernandenses hagan un ejercicio de reconocimiento de lo que significa ser habitante de lo que la octava villa de la Nueva Santander.
Sombra imborrable
El 21 de agosto de 2010 por la noche, 77 personas que viajaban en dos camiones por la carretera 101, rumbo a la frontera norte, con Estados Unidos de América, fueron secuestradas.
A la mañana siguiente, alertados por un sobreviviente a la masacre, elementos de la Secretaría de Marina (Semar) encontraron una bodega con 72 cadáveres en el rancho El Huizachal. En los días siguientes, las autoridades estatal y federal entrevistaron al único testigo, recabaron datos y recogieron los cuerpos; ambas tareas las realizaron con grandes deficiencias.
Empero, la tragedia no se detuvo en agosto. Siete meses después, la policía mexicana, presionada por el FBI, buscaba a Raúl Arreola Huaracha, ciudadano americano, desaparecido en la misma carretera. Una segunda denuncia por la desaparición del estadounidense Julio Villanueva, acrecentó la búsqueda en la zona. La tercera alerta fue dada por tres mexicanos que escaparon a un campamento delincuencial, a la esposa de un diplomático en el vecino país del norte.
El uno de abril de 2011, la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Tamaulipas informó del hallazgo de una fosa clandestina. Al final del mes, ampliaron el informe: 47 fosas con 193 cadáveres en ejidos de San Fernando. Los cuerpos fueron trasladaos al Servicio Médico Forense (Semefo)de Matamoros, a donde llegaron cientos de parientes con padres, hijos, primos o nietos desaparecidos.
En víspera al periodo vacacional, el gobierno estatal solicitó el traslado de 120 cuerpos al Semefo de la Ciudad de México; el argumento fue la falta de capacidad para atender la situación. Raúl Arreola Huaracha fue el primero cuerpo identificado y enviado a sus familiares en Estados Unidos.
Para mayo de 2011, San Fernando era la viva imagen de la barbarie. En su territorio, 265 personas fueron asesinadas a disparos y a golpes por criminales despiadados. El nombre del municipio representa una huella imborrable en la historia de México. La muerte descubrió el nivel de impunidad, omisión y la corrupción del gobierno mexicano, mismas que han impedido a 265 familias conocer la verdad y acceder a la justicia.
San Fernando volvió a la atención mundial en 2017. En la búsqueda de verdad y justicia, reos fugados y excarcelados asesinaron a la activista de la Comunidad Ciudadana en Búsqueda de Desaparecidos en Tamaulipas, Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez.
El miércoles 10 de mayo por la noche hombres armados atacaron a tiros a la líder del Colectivo de Desaparecidos afuera de casa en San Fernando; en el camino al hospital falleció. Rodríguez Martínez buscaba el resto del cuerpo de su hija menor, quien fue secuestrada y asesinada en enero de 2014.
Miriam Rodríguez nació el 5 de febrero de 1960 en San Fernando, mucho antes de que los sicarios gobernaran la ciudad. El carácter recio le favoreció para coordinar apoyos a familias víctimas de la delincuencia, aseguran compañeras del colectivo.
A partir de la fuga de 29 reos del penal de Victoria, Tamaulipas, el miércoles 22 de marzo, Miriam Rodríguez comenzó a temer por su vida. Ella afirmaba que los inculpados por el secuestro y asesinato de su hija estaban libres. El gobierno tamaulipeco afirmó que no el único reo que había escapado a las pocas horas fue re capturado. La activista insistía en que uno había evadido la prisión.
La san fernandense solicitó ante las comisiones Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) y Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) medidas cautelares. Ambas instituciones la turnaron a la Comisión Estatal de los Derechos Humanos de Tamaulipas (Coedth). La PGJ evaluó la situación y decidió protegerla con tres rondines al día de la policía Fuerza Tamaulipas.
Tres semanas antes de su asesinato pidió protección a la subsecretaría del gobierno de Tamaulipas, Gloria Garza Jiménez. El 18 de abril, la activista contó que el viernes 14 de abril le llamó 30 veces al número del policía que le asignaron y nunca respondió. La llamada de auxilio quedó registrada en un video que desmiente la versión del gobierno que aseguró no la había solicitado.
Quince días antes de la ejecución, la activista tamaulipeca platicó por WhatsApp con una compañera del grupo de ayuda. Miriam escribió: “A pesar de tanto dolor sigo creyendo y esperando en Dios. Y no pienso parar. Solo muerta. Malditos no he podido sepultar completa a mi hija”.
Karen Alejandra Salinas Rodríguez es la hija a la que Miriam se refirió en el mensaje. En enero de 2014, integrantes del crimen organizado secuestraron a la menor de edad. Rodríguez Martínez pidió un préstamo al banco, vendió los productos de su negocio y pagó el rescate. Los secuestradores ya la habían asesinado, descuartizado y desaparecieron los restos. Eso lo sabría después Miriam al leer la declaración de uno de los acusados. La madre volcó su vida en encontrar el cadáver y dar con los culpables.
Pocos meses después en El Arenal, Miriam excavó hasta encontrar decenas de huesos enterrados en fosas clandestinas. Llamó al agente del Ministerio Público para que levantara y resguardara los restos. Especialistas de Washington recibieron un rompecabezas de cuerpos; no pudieron completar uno solo, eran pedazos de 6 cuerpos con las características genéticas de un niño de 2 años, mujeres embarazadas, hombres jóvenes y una menor de edad: Karen Alejandra.
Miriam Rodríguez recibió el trozo de cuerpo de su hija, la enterró y continuó investigando para hallar los fragmentos restantes, para dar con los responsables del asesinato. A los asesinos los halló poco a poco: dos personas de 19 y 18 años de edad, que fueron detenidos en septiembre de 2014 por la Policía Federal en San Fernando. El ultimo trimestre de ese año Miriam se dedicó a leer la declaración de los asesinos para dar con alguna pista que le ayudara a completar el cadáver de su hija.
El 31 de junio de 2017, el titular de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Tamaulipas, Irving Barrios Mojica, informó de la captura Alfredo Misael “N” y Edwin Alain “N”, presuntos responsables del homicidio doloso. Juan Manuel “N”, alias el “Alushe”, fue abatido en un enfrentamiento que evitó su captura el 16 de octubre. Un año después, Erick Leonel “N”, alias el “Diablo o el “Toro”, fue aprehendido en Jalisco. Solamente se han dictado sentencia contra el primer y el último capturado por el homicidio.
San Fernando es y será el escenario de los dos hechos violentos más crueles del siglo veintiuno en América Latina y el Mundo. Aún hay cientos de personas mexicanas que desaparecieron al circular o al vivir en la superficie san fernandense, de los que nada se sabe y, se sospecha, fueron enterrados en fosas o incinerados en cocinas de los grupos criminales.