Redacción EB
“Buenas noches Tampico, capital del mundo y sucursal del cielo. Queremos pedirles un momento en que abran sus corazones y sus oídos para escuchar la palabra que traemos”, dice el subcomandante Marcos desde el borde del quiosco de la plaza de la Libertad en Tampico.
El inicio del discurso despierta suspicacias ¿debajo del pasamontañas está el tampiqueño Rafael Sebastián Guillén Vicente? ¿por eso comenzó lanzando un elogio descomunal al puerto que lo vio nacer y crecer?
Es la noche del 25 de noviembre de 2006 y el vocero del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) termina su recorrido de La Otra Campaña por Tamaulipas. El subcomandante se detiene por 12 horas en el sur de Tamaulipas, donde encabeza actos de escucha y habla con población y militantes zapatistas.
Para hacer memoria, Elefante Blanco publica una galería de la fotógrafa Cecilia Nava, oriunda de Matamoros, quien registró los actos en Altamira y Tampico. Además, difunde los audios de los discursos y charlas públicas que tuvo el subcomandante Marcos.
Discurso vigente
Este país está doliendo por todas partes. Si eres indígena te duele porque se burlan de ti, de tu lengua, de tu color, de tu forma de vestir, de tu cultura. Si eres pueblo indio en México, duele serlo.
Este país está doliendo por todas partes. Si eres indígena te duele porque se burlan de ti, de tu lengua, de tu color, de tu forma de vestir, de tu cultura. Si eres pueblo indio en México, duele serlo.
Subcomandante Marcos, ahora Galeano
Duele también si eres persona de la tercera edad: anciano o anciana, nuestros mayores —decimos nosotros—, nuestros sabedores. Donde quiera que estés te tratan como si fueras la envoltura de un producto que ya fue consumido. Se burlan de ti, de tus enfermedades, se burlan de lo que ya serviste y ahora ya no sirves, y sólo te ven como si fueras objeto de limosna o de lástima.
Y duele si eres mujer: mujer joven, madura, adulta, o niña. Para el resto de la sociedad sólo vas a ser un objeto, y como un objeto vas a ser tratado y exhibido. Ningún respeto para tu inteligencia, para tu capacidad, para lo que sabes. Todo el esfuerzo para tratar de aparentar un modelo de belleza que ni siquiera pertenece a estas tierras, viene de más al norte. Duele ser mujer, aquí en México.
Y duele también si eres trabajador del campo, campesino. Si antes podías poseer la tierra en un ejido, en una tierra comunal. Llegó el gobierno —el mismo conquistador de hace 500 años, pero ahora vestido de licenciado de la Reforma Agraria, o de la Secretaría de Agricultura— a decirte que ahora es pequeño propietario, que te entres al Procede y al Procecom. Y entonces firmas.
Y ahora eres un pequeño ranchero que se muere de hambre porque no tiene créditos ni apoyo para sembrar. Y cuando vas a solicitar al gobierno que te apoye un poco, te dice que tienes que tener dinero para que te puedan prestar. Y uno piensa en su corazón que si tuviera dinero no anduviera prestando, no anduviera pidiéndole al gobierno nada.
Y si eres también ejidatario en cualquier otra parte, de pronto te vas a encontrar una mañana con que el gobierno compró, o el patrón, el nuevo hacendado, el gran finquero, el gran latifundista que está regresando otra vez como hace cien años. Y ya compró al comisariado ejidal y resulta que la tierra que trabajaste tú, y tus padres, y tus abuelos, y tus bisabuelos, y generaciones enteras desde que Emiliano Zapata y Francisco Villa conquistaron la tierra para los campesinos, ahora ya no es tuya. Es de otro que ni siquiera conoces, es de otro que ni siquiera ves, es de otro que ni siquiera es de este país, es un extranjero. Duele ser campesino en México.
Y duele ser trabajador de la ciudad, obrero de la maquila, obrera de la maquila. Catorce, dieciséis horas diarias de trabajo; 45, 50 pesos al día. Sin descanso, sin seguro social, sin aguinaldo. Sin nada de las prestaciones que durante muchos años fueron para los trabajadores y las trabajadoras una ayuda. Si eres trabajador o trabajadora de la maquila, al servicio del estado, de una empresa, empleado, chofer, lo que sea cada quien, resulta que cada vez tiene menos para poder sobrevivir él y su familia.
Y resulta también que duele ser un trabajador que no sea empleado de nadie: un trabajador que tenga un pequeño comercio, a veces un pequeño local, a veces en la calle. Y resulta que el gobierno ha criminalizado el trabajo. Resulta que nadie puede ponerse a vender honestamente lo que él mismo produce, porque llega el gobierno y le dice que no tiene permiso, que aquí en estas tierras de México sólo tiene permiso el que es de otro país, el que tiene una gran tienda, un gran centro comercial, un gran centro turístico, un gran hotel.
Y resulta que estás trabajando y trabajando, y viene el funcionario por los impuestos, por la mordida, por el permiso, que resulta que es más caro que lo que pueda ganar uno, no en un día, sino en una semana. Duele ser, también, comerciante ambulante o pequeño comerciante.
Duele ser cada cosa que somos en este país. No importa en qué estado estemos, en qué rincón, en qué provincia. No importa, porque es igual para ellos allá arriba: los mismos centros comerciales, los mismos hoteles, las mismas ventas de las mismas marcas que se pueden encontrar en cualquier ciudad norteamericana.
Subcomandante Marcos, ahora Galeano