Puras historias, especial por el Bicentenario de Tampico
Raúl Sinencio Chávez
Sobre la margen izquierda del río Pánuco –cerca de la bocana–, Tampico, Tamaulipas, cobra vida el 12 de abril de 1823. Emana del federalismo mexicano en ascenso. Pero del hoy puerto llega a decirse en forma errónea que se refunda donde estaba originalmente, durante la dominación española. Tales enredos tornan interesante el tema.
Imperio
El cabildo de Altamira inventa lo del repoblamiento. Un acta suya asevera en 1822 que el punto de la futura urbe “es el verdadero y antiguo Tampico”, del siglo XVI. “La irrupción de los ingleses y franceses capitaneados por el pirata Lorencillo en 1683 –leemos renglones abajo—hizo retirar” del paraje al primitivo vecindario. Desatinan los datos. Sin “el pirata Lorencillo”, la embestida ocurre en la ribera veracruzana el 23 de abril de 1684, sufriéndola Pueblo Viejo, este sí novohispano. Aparte de que la referida villa nunca se deshabita, los atacantes caen presos.

El borde tamaulipeco del aludido río marcaba los confines de Altamira desde 1749. Justo a la orilla quería plantarse el Tampico de marras. Y no obstante aducirse que estuvieron antaño pobladas, en las inmediaciones septentrionales ningún vestigio hay de vivienda, iglesia o cementerio.
La supuesta repoblación pretendía que Tampico se considerara asentamiento primigenio del rumbo, con derecho a reubicarse ahí la aduana marítima de Pueblo Viejo, abierta en 1821. Al efecto, son previstas en 1822 gestiones edilicias “ante el Supremo Gobierno del Imperio” para el repoblamiento y la mudanza aduanal, ambas cosas juntas. Nada logra concretarse, por los desbarajustes políticos que México vive. De improviso, el panorama cambia.
Bases
Antonio López de Santa Anna desembarca meses después en las proximidades. Rebelado contra el imperio, marcha con tropas de Veracruz hacia San Luis Potosí, ignorante aún de que Agustín de Iturbide ha dimitido. El mal clima le acarrea pérdidas en la travesía, obligándolo a detenerse. Prefiere hacerlo en Altamira, que con eficaces incentivos puede refaccionarlo.
Así la coyuntura, el cabildo por escrito le pide el viernes 5 de abril de 1823 que “permita […] la supradicha repoblación”, guardándose mientras el tema aduanal. Tarda la respuesta, negociada al parecer en corto. El domingo 7 Santa Anna por fin autoriza de manera interina “un pueblo en el paraje nombrado Tampico el Viejo” y parte enseguida, resueltas las carencias que arrastraba.
Familiarizado con el territorio que en 1811 fuera escenario de su debut castrense, Santa Anna jamás menciona “la supradicha repoblación”. Sin tan importante aval, en vez de repoblar los munícipes levantan el “Acta de fundación” el viernes 12 de abril de 1823. Cuando llega a Ciudad de México el levantisco brigadier participa “la providencia [fundadora] que […] tomó a solicitud del ayuntamiento de Altamira”. Puestas las bases, los afanes portuarios de Tampico se encaminan a la asamblea constituyente, recién instalada, con facultades en la materia.

Conocedor
Pedro Paredes, congresista por Tamaulipas, interviene en los debates relativos. Del “repoblado […] Tampico” poco habla. Sin embargo, resalta que este último, contiguo al Pánuco, ofrece para la estiba y el alijo mejores condiciones que Pueblo Viejo, en márgenes de una laguna interior.
Miguel Ramos Arizpe, quien encabeza el grupo mayoritario, da fuerte respaldo. Los opositores cierran filas. Sorteándose rupturas, se aprueba la intermedia medida de establecer frente a Pueblo Viejo una receptoría marítima, transformada luego en aduana, con la que Tampico gana viabilidad.
Ello sucede el 22 de octubre de 1824. Conocedor de aquellas latitudes, que lo ven repatriarse en 1821, Ramos Arizpe tampoco apadrina “la supradicha repoblación”. Ni para qué insistieran al respecto sus autores, si los objetivos principales estaban satisfechos.

Los albores de la república en México dan trasfondo al origen de Tampico en 1823. Enseguida vienen los intercambios trasatlánticos, dictados el 22 de octubre del siguiente año. El puerto recorre así el primer trecho de su existencia. Y acomete los retos venideros sin cargar el fardo del falso repoblamiento.
Instancias
Esto último lo evidencia ipso facto el “Acta de fundación”levantada el 12 de abril de 1823. Fundar significa erigir, el principio de algo. Ningún gazapo parece el uso del referido término. Un plano topográfico que los ediles altamirenses ordenan semanas adelante indica que Tampico es “nueva población”.
Lo del repoblamiento languidece sin remedio. Algunos funcionarios lo manejan de manera esporádica. A Tampico, el vicegobernador Enrique Camilo Suárez en septiembre de 1825 termina llamándolo “naciente”. O sea que le desconoce vida previa.
La urbe a la vera del río Pánuco recibe análogo trato de otras instancias administrativas. Un ordenamiento que vota el congreso del Estado la considera el 13 de agosto de 1824 “nueva poblazón”. Cierta autoridad portuaria el 8 de noviembre de 1825 incluso la alude como “nueva villa”.
Cómputo
La propia comunidad ribereña asume sus auténticas raíces. Ni titubeos ni incertidumbres asoman, rechazándose la trama refundadora. “El general Santa Anna pasó por estos lugares en abril […] de [1]823”, publica la prensa. En nota de 1844 puntualiza: “Los comerciantes […] en Altamira influyeron […] cuanto les fue posible para conseguir por su” conducto “la nueva población”, con receptoría marítima luego.
Ilustres visitantes, de países diversos, concuerdan. “Por la tarde –anota el francosuizo Jean Louis Berlandier—tiramos anclas frente al nuevo Tampico” en 1826. Charles Latrobe, oriundo de Londres, lo entiende igual. “Veleando por 6 millas –testimonia en 1834—llegamos ya anochecido a la nueva población”. Jamás confunden el punto de partida cronológico.
Mathieu de Fossey abunda en particularidades de provecho. “El puerto de Tampico […] ha tomado un desarrollo extraordinario de quince años a esta parte”, escribe hacia 1838 el trotamundos galo. “Esta ciudad […] fue fundada hace sólo dieciséis años”, calcula Frances Erskine Inglis al comienzo de 1842. Aunque falla el cómputo del tiempo hasta entonces transcurrido –el aniversario número 19 del municipio estaba próximo–, coincide la escocesa con los demás viajeros en prestar oídos sordos al presunto repoblamiento.
Ejidos
Alejandro Prieto, vecino prominente, enfatiza la postura. Al filo del medio siglo porteño, el cabildo le financia voluminoso libro, en que entre las “ciudades y villas fundadas después de la guerra de independencia” figura la municipalidad donde reside el autor. Prieto en 1873 dilucida: “El establecimiento […] de Tampico […] se decretó […] y el día 12 de abril de 1823 se delineó la ciudad”. Nadie lo rebate o corrige.
Un suceso arroja en 1874 mayores luces, por si todavía se requirieran. Ocurre que en copia fiel el municipio recibe “el decreto expedido para la fundación de este puerto”, tras extraviarse los originales. El obsequio proviene de Adolfo M. Obregón, exdiputado federal, quien incluye “un cuadro en que constan los nombres de los primeros pobladores”, descartándolos como refundadores, a más señas.
De ello deriva el folleto “Acta de fundación […] de la ciudad de Tampico […] y asignación de ejidos de la misma”. Este compendio documental resuelven editarlo los capitulares de 1890, “para servir de texto en las escuelas municipales”. Si a veces se habla de repoblamiento es con el único objeto de consignar literalmente antiguas expresiones, sin tergiversarse nada. Pero la falta de explícita crítica dificulta sacudirse en definitiva los equívocos de 1823.
Al cumplir en 1923 Tampico 100 años, los festejos oficiales son por el “Primer centenario de la fundación”. En forma unívoca el municipio asume su verdadera ascendencia. Encapotándola, de improviso se exhuma lo del repoblamiento, incubándose confusiones aún pendientes de subsanar.
Virreinato
Blas E. Rodríguez en 1932 postula que Tampico, Tamaulipas, nace poco “después de la conquista […] más o menos donde hoy existe”, abandonándose hasta “su restablecimiento en 1823”. Esto intenta respaldarse con documentos concernientes a Pueblo Viejo, que en la parte veracruzana de la desembocadura del río Pánuco se autoriza formar durante el siglo XVI. Pero respecto de los antiguos textos exhibidos, lo aseverado en 1932 adolece de contradicciones. Una de tantas reluce al citarse informes que hacia 1603 sitúan el único asentamiento novohispano de la zona “a orillas de una laguna salada”, mientras Rodríguez acepta que el Tampico tamaulipeco se halla inmediato “a la margen izquierda” del aludido río, sin interponerse ningún vaso lacustre.
Joaquín Meade allega en 1939 refuerzos: Tampico estuvo “al norte del río Pánuco […] aproximadamente en donde [ahora] se levanta la ciudad y puerto”. A posteriori ofrece pruebas. “Con el tiempo, no creo difícil poder encontrar [del lado de Tamaulipas] restos” arquitectónicos de ello, conjetura en 1950. De los vestigios que promete, nada aparece.
“Tampico siempre estuvo […] al norte del río Pánuco”, secunda en 1942 Ignacio Fuentes, aun cuando explicita que “no podría decirse […] cuál fue la ubicación”. Luis Velasco y Mendoza también en 1942 aporta lo suyo. Tampico se vuelve “a fundar […] en el mismo lugar en que […] existía” bajo el virreinato, manifiesta. Pero líneas adelante consigna que el 12 de abril de 1823, en vez de refundación, acontece “la fundación del nuevo poblado” tampiqueño.
Servicios
Con el ficticio repoblamiento sus promotores originales persiguen en 1823 metas concretas. Una es que les permitan ocupar la ribera septentrional del Pánuco; la otra, poner ahí un puerto. Satisfechas ambas miras, pierde sentido perseverar en los orígenes inventados.
A la postre, el municipio despliega posiciones de vanguardia. Hacia principios del siglo XX Adolfo Dollero visita la urbe y todavía algo percibe. En suelo tamaulipeco –anota el nativo de Italia—“no hay […] fanatismo religioso”.
Desempolvada en 1932 la falsa repoblación, los objetivos cambian. El pasado virreinal que busca endosarse a Tampico ahora es para impostarle una identidad tradicionalista. Estratagema central es que dizque a fray Andrés de Olmos debe el puerto sus orígenes. Confundido así con Pueblo Viejo, como fundador postizo carga luego Tampico al franciscano, aduciéndose la inexactitud de que en 1554 él promueve “al norte del río Pánuco” una “villa de españoles”, cuando lo cierto es que se trata de la ribera sur o veracruzana. El disimulo envuelve de paso los servicios de Olmos a la temible Inquisición.
Caso
El cabildo adopta tales postulados. La refundación es festejada en lo sucesivo. A tono, céntrica arteria y la presea del municipio se denominan fray Andrés de Olmos, levantándole una estatua que sin querer exalta su papel de conquistador espiritual.
El historiador Gabriel Saldívar toma distancia y en clásica obra de 1945 Tampico figura entre “las fundaciones posteriores a la independencia”. Antonio Martínez Leal, primer cronista del puerto, rebate en 1975 las supuestas raíces virreinales. Lo propio hace en 1985 el autor de estas notas.
Los equívocos de marras por fin se corrigen. En 2005, torna a conmemorarse la fundación porteña. No obstante, por despistes o empecinamientos, ante el segundo centenario de Tampico pareciera insistirse en la entelequia del repoblamiento. El deslinde oficial, que el caso aconseja, continúa pendiente.
Raúl Sinencio Chávez. Historiador originario de Tampico que estudia la región noreste del país.
Estos textos fueron publicados en el blog Puras Historias. Aquí puedes entrar a la versión original.