jueves, 25 de abril del 2024

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Crédito: Agua y Drenaje de Monterrey Facebook
La sequía en Nuevo León es consecuencia en parte del cambio climático, pero también del abandono de las presas, del saqueo para la producción agropecuaria, de que no se aplica la ley y de que la constante deforestación en la Huasteca. Samuel García ha decidido que prefiere jugar al aprendiz de brujo que gobernar.

Razones verdes

Opinión por Eugenio Fernández Vázquez (@eugeniofv)

Las soluciones de fondo implican trabajar con seriedad, renunciar al pensamiento mágico y ver que no hay balas de plata: es decir, exactamente lo contrario de lo que pretende el gobernador de Nuevo León, Samuel García, cuando afirma que se siente “en Top Gun” y que va a arreglar el problema de la sequía en su estado y la escasez del agua en Monterrey bombardeando las nubes con químicos para producir lluvia. Bien haría García en bajarse del avión y de las nubes, poner los pies en la tierra y ver que si no frena la deforestación en su estado y presiona a sus vecinos y a la Federación para que hagan lo propio, si no propone y asume una política ambiental ambiciosa y de gran calado y si no enfrenta la realidad desde ahora, las cosas solamente van a empeorar. Baste un dato: según el Monitor de sequía, lo que hoy vive Monterrey es apenas una “sequía moderada”

La falta de agua en Monterrey no es de hoy y no es del todo un fenómeno local. En realidad, la situación es mucho peor en muchos otros estados del país —el norte de Coahuila y gran parte de Chihuahua enfrentan sequías extremas y, en algunas áreas, excepcionales—. Esto es en parte consecuencia del cambio climático, que ha alterado los patrones atmosféricos y hace más graves tanto las sequías como algunos episodios de lluvias torrenciales, además de hacer que ambos sean más difíciles de prevenir.

Esto, sin embargo, también es consecuencia del abandono de las presas, del saqueo de esa agua para mantener artificialmente abundante una producción agropecuaria que debería moderarse mucho, de que no se aplica la ley y de que la deforestación es una constante en la Huasteca —la sierra de la que dependen los acuíferos del estado—. La sequía de hoy es también consecuencia de la decisión ya añeja de los gobernantes tanto de los municipios del área conurbada de Monterrey como de Nuevo León y a nivel federal de evadir el tema en lugar de enfrentarlo.

Por ejemplo, los datos más recientes del mapa global de deforestación Global Forest Watch indican una deforestación muy intensa y muy reciente en el parque nacional Cumbres de Monterrey, además de que la pérdida de cobertura forestal en el estado se disparó el año pasado. Esto deja a la capital neoleonesa en una situación tanto más vulnerable, porque los bosques no solamente regulan el caudal hídrico, sino que también almacenan el agua. Sin embargo, no se han anunciado acciones al respecto, no hay ningún programa emergente de rescate del área y se mantienen los recortes. 

Así las cosas, y como se dijo antes en este mismo espacio respecto de otros experimentos del mismo tipo, Samuel García ha decidido que prefiere jugar al aprendiz de brujo que gobernar —porque eso es lo que haría falta para adaptarse a la sequía y paliar sus efectos: el trabajo cotidiano de gobierno, de mejora y mantenimiento de la infraestructura, de conservación de los recursos naturales, de cambio en la lógica de las ciudades, justo lo que no se está haciendo—. 

Los bombardeos de García tienen, además, el agravante de que con ellos Nuevo León podría perfectamente estarse robando agua que quizá caería tierra adentro, donde hace mucha más falta que en Monterrey porque la sequía es mucho más intensa: esas nubes que bombardea venían del Golfo de México y si no cayeron sobre las presas de Nuevo León ya se precipitarían en otro lado. Quizá se dispersarían. Quizá se irían a Estados Unidos. Pero quizá, también, caerían en Chihuahua o Coahuila. Que la Comisión Nacional del Agua no le ponga un freno a este capricho es, simple y llanamente, una irresponsabilidad criminal. 

Sería ya hora, hoy que el desastre nos alcanzó, de trabajar para adaptarse a él y no estar inventando soluciones tecnológicas ni buscando balas de plata. No hay de otra: hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para mitigar la crisis climática y hay que invertir en la naturaleza y en mejoras en infraestructura gris y verde para adaptarse a ella. Lo de ahora es un aviso. El desastre será mucho peor en los siguientes pocos años. 

Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.

*Esta nota fue realizada por Pie de Página, medio aliado de Elefante Blanco. Aquí puedes leer la original.

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