viernes, 19 de abril del 2024

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Crédito: Colectiva Feminista Mujer Manglar
“Las mujeres que son explotadas y controladas diariamente no pueden darse el lujo de dejar de creer que ejercen alguna medida de control, por más relativo que sea, sobre sus propias vidas. No pueden darse el lujo de verse únicamente como ‘víctimas’ porque su sobrevivencia depende de la existencia continua de los poderes personales que poseen”: Adriana Toledano Kolteniuk

Opinión por Guadalupe Correa-Cabrera

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer este próximo 8 de marzo decidí conversar con Adriana Toledano Kolteniuk (ATK), a quien conocí en una cena en casa de Oswaldo Zavala el año pasado. En esa ocasión platicamos sobre feminismo, violencia de género y violencia doméstica en particular. Hablamos sobre las contradicciones que genera un sistema económico que reproduce las injusticias en todos los ámbitos. La conversación con Adriana me pareció sumamente interesante, pues desde el feminismo plantea reflexiones fundamentales sobre temas que nos competen a todas las mujeres. Asimismo, hace algunas formulaciones tentativas a partir de su experiencia que nos comparte con valentía extraordinaria, y de forma profunda y directa.

No es necesario definirnos como feministas, ni posicionarnos en la parte radical del movimiento para comprender la importancia de este mensaje. Agradezco a Adriana la oportunidad de reproducir sus reflexiones, pues confieso que compartimos mucho más de lo que se podría pensar en términos de ideas y vivencias en un mundo muy desigual. Aunque pertenecemos a dos generaciones distintas y a dos posiciones relativamente diferentes dentro del espectro ideológico quizás, Adriana y yo somos sobrevivientes—y espectadoras activas—del mismo sistema injusto que define nuestra identidad y nuestras relaciones con el mundo y con los demás.

Toledano Kolteniuk es traductora, escritora, docente, editora y activista. Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Modernas Inglesas en la UNAM. Al concluir sus estudios se trasladó a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde radicó durante ocho años y estuvo involucrada en diversos proyectos culturales con enfoque social y ambiental. Desde agosto del año pasado radica nuevamente en la Ciudad de México y se dedica a la traducción literaria y teatral y a la escritura. A partir del 10 de marzo también estará facilitando un taller de autobiografía feminista desde Casa del Lago UNAM. Escribe y forma parte de algunos colectivos de escritura como ADDANOMAD y la Ausencia del Durazno.

Adriana se define como “eco-feminista transfronteriza, hija del NAFTA y el neoliberalismo. Transita entre el norte y el sur; la urbe y el campo; la cama y la cocina”. Aquí abajo capturo sus reflexiones, pero primero reproduzco sus preguntas.

ATK—¿Por qué es tan difícil hablar de violencia doméstica y de género? No es un tema que fluya fácilmente en las comidas familiares. ¿Por qué tantas personas la niegan y otras tantas la justifican, no sólo en las calles sino en las fiscalías del país? “Si no te pega no es violencia. Si te pega tantito no es para tanto”. “Bueno, ella lo perdonó muchas veces … entonces también tiene un poco de responsabilidad en lo que le pasa”. ¿Por qué hay tantas mujeres que no se identifican con el feminismo, en cuyos espacios de convergencia es en donde más se ha desentrañado? Al parecer, leer muchos libros sobre feminismo no te hace ser especialista en nada, porque cualquier persona que no conoce bien del tema se siente capacitada para resumirte los errores del feminismo en dos o tres sentencias fulminantes. “¿Acaso existen manuales feministas?” “¿Entonces ser feminista no se trata nada más de rayar paredes, abortar y denunciar por violencia a tu ex?”

Adriana, y ¿cómo llegas a estos planteamientos? ¿Por qué te interesan estas ideas?

ATK—Todas estas voces y preguntas se volvieron intensamente relevantes cuando me convertí yo misma en una sobreviviente de violencia doméstica, violencia de género, violencia machista. En mi caso, “económica, física y psicológica” son los apellidos que pretenden caracterizar esta clase de violencia. Sin embargo, en realidad, ninguno de estos adjetivos alcanza a transmitir la tensión, la confusión, el dolor y el peligro implicados. No puedo hablar por todas las mujeres, pero para mí, salir del otro lado de esto ha implicado una transformación total de mi conducta, formas de pensar y percepciones sobre la realidad.

Después de años de avanzar por un truculento camino, pasando por la negación, la vergüenza, el silencio, la rabia, la soledad, el repudio y la reconstrucción, he podido tomar conciencia de todos los factores que determinaron mi superación triunfal, si bien dolorosa y difícil, de esa desgracia. Ahora que observo a tantas mujeres sin la misma capacidad de salir de una relación violenta o enfrentar a sus agresores, me he vuelto cada vez más consciente de cómo los factores de raza, clase, edad y otros más, determinan las condiciones y particularidades de la violencia machista que puede llegar a vivir cualquier mujer.

¿Puedes o quieres compartir algo de tu experiencia y cómo ella influyó en tus ideas?

ATK—En mi caso, la gente se sorprende cuando les platico, de forma franca y directa, que yo estuve atrapada en una relación de codependencia donde viví violencia física, psicológica y económica durante tres años, con secuelas fuertes durante al menos dos años más. Algunos me han dicho que me veo demasiado inteligente para haber caído en eso. Otros me preguntan que por qué “me dejé” golpear. Como si yo no hubiera tenido ese mismo pensamiento incluso mientras ocurrían los hechos, contribuyendo ello a la vergüenza que me mantuvo ahí.

Cuando les cuento que mi agresor era un hombre tsotsil de una comunidad rural, algunas personas me responden que no les sorprende porque “allá hay mucho machismo”. Por un lado, no puedo negar que en las comunidades rurales persiste una división sexual del trabajo muy marcada y una normalización de la violencia—sobre todo física y económica—hacia las mujeres. Por otro lado, me sorprende siempre la facilidad con que las personas pueden ver el machismo “allá” y no “acá”.

¿Y cómo pudiste salir de esa situación, es decir, apartarte de ese ciclo de violencia?

ATK—Una de las razones por las cuales tardé tanto en salir de esa relación y reconocer las violencias que había vivido, era porque no quería exponer a mi pareja a la violencia racista. Me refiero a la violencia provocada por comentarios deshumanizantes expresados por personas que se alegran cada vez que un hombre indígena resulta ser violento porque “comprueban” sus convicciones de que son más “salvajes” o “bravos”. Me tardé en darme cuenta de que yo también estaba siendo racista de otra manera: infantilizándolo, “maternándolo”, quitándole la capacidad de hacer daño porque “es sólo una pobre víctima de la violencia colonial”.

Me ha llevado años conseguir la distancia emocional suficiente para agudizar mi análisis del entramado de violencias en las que me vi envuelta: las que sufrí en manos de mi pareja, las que venían de la sociedad y las que yo misma reproduje. Aún me cuesta trabajo; aún le sigo dando vueltas, pero hasta ahora he llegado a algunas conclusiones, o más bien formulaciones tentativas.

¿Qué ideas son centrales para ti en una reflexión inicial?

ATK—El hecho de que yo haya romantizado a mi pareja y haya complicado las cosas queriendo “salvarlo” y haya usado mi dinero y estatus—aunque haya sido de forma inconsciente—para “comprar” su amor y lealtad, no justifica que él me haya engañado, robado, golpeado, manipulado o insultado. Cada uno hemos tenido que enfrentar las consecuencias de nuestros actos y decisiones, ninguno de los dos puede apelar a la inocencia total.

¿Qué piensas de la cultura con relación al origen de la violencia?

ATK—La preponderancia del machismo en las comunidades indígenas no tiene nada que ver con algo esencial de la cultura o cosmovisión indígena. Las personas mestizas somos las menos indicadas para afirmar qué es o no un componente de determinada cultura indígena, pero incluso una persona proveniente de alguna comunidad contemporánea no tiene acceso a una versión prehispánica “pura” de su cultura originaria. Ninguna cultura es esencialmente superior a otra y ninguna merece ser aniquilada, desechada o absorbida por otra.

¿Cómo evalúas, en este contexto, el tema de la colonización?

ATK—Lo que sí es muy claro y se ha observado en otros contextos, como en la historia de la población negra (o de origen africano) en Estados Unidos, es que la colonización y el racismo son resentidos de forma particular por los hombres colonizados y racializados, que sienten la frustración de no poder proveerles o proteger a sus familias por la desigualdad económica, la discriminación racial o, en el caso de poblaciones indígenas, el despojo de sus tierras y formas de vida tradicionales. El dolor y la ira de esta emasculación simbólica y material han sido desfogados principalmente por medio del alcoholismo y la violencia acentuada sobre los más cercanos y vulnerables: la mujer y los hijos en el hogar.

¿Cómo se defienden las mujeres?

ATK—Muchas mujeres de estos grupos han tenido que elegir entre la defensa de la comunidad, la raza, la lengua o la cosmovisión, o denunciar el machismo del que son víctimas. A pesar de sufrir por la violencia en casa, algunas pueden empatizar con sus agresores porque entienden lo que sufren ellos al salir a la calle y a los espacios donde son discriminados y violentados a su vez por los blancos y mestizos, como han apuntado algunas feministas negras decoloniales como Gloria Jean Watkins (conocida como bell hooks) y el Combahee River Collective. Por sobrevivencia, muchas mujeres se han aferrado a su rol de madres sacrificadas, al grado de que se ha construido un ideal de la mujer “fuerte” que todo lo aguanta.

Muchas otras mujeres violentadas sí se han rebelado y han luchado contra este machismo al interior de la comunidad o se colocan al frente de la lucha. Sin embargo, muchas no han querido aliarse con mujeres blancas o mestizas, o definirse como feministas, porque ven que luchamos por una agenda que no las toma en cuenta. En ninguno de los casos, las mujeres blancas o mestizas somos quién para juzgarlas, ni querer “salvarlas” o “educarlas”. Nos toca acompañar desde la escucha y el respeto, desde la no intervención ni imposición, dándonos cuenta que ellas son las expertas en sus propias vidas y quienes nos pueden educar sobre muchas cosas. Es importante hacer esto sin romantizar porque eso es volver a colocar una causa justa en un pedestal y los pedestales generan expectativas que son injustas. Estas lecciones las aprendí después de cometer muchos de estos errores.

¿Cómo cambia la situación desde la perspectiva del privilegio?

ATK—El mundo blanco-mestizo no es tan diferente y las mujeres privilegiadas también callan—por razones muy parecidas—las violencias a las que las someten los hombres de sus contextos. Yo no sé cómo hubiera racionalizado las cosas si mi agresor hubiera sido un hombre igual o más privilegiado que yo, pero probablemente igual lo hubiera justificado bajo algún pretexto. Aunque se cree que los hombres “educados” no son golpeadores, muchas veces sólo se esconden mejor o tienen más medios para gozar de impunidad y solapamiento.

¿Cómo explicas el papel de la mujer como víctima?

ATK—Es muy fácil que mujeres de mi generación y más jóvenes, o aquellas de la era del #MeToo y la masificación del feminismo, juzguemos a las mujeres que minimizan la violencia de género, porque en efecto suelen reproducir la idea de que las víctimas son quienes deberían sentir vergüenza y las mujeres fuertes no se quejan del machismo. Sin embargo, las mujeres mayores no crecieron en nuestro contexto, y debemos considerar que esta postura igual es herencia de un mecanismo de sobrevivencia. En este sentido, vale la pena recordar lo que dijo hace algunas décadas la escritora y activista feminista bell hooks—apelando a las feministas blancas a ampliar su mirada sobre la violencia de género para tejer mejores alianzas con mujeres de otras clases y razas:

Las mujeres que son explotadas y controladas diariamente no pueden darse el lujo de dejar de creer que ejercen alguna medida de control, por más relativo que sea, sobre sus propias vidas. No pueden darse el lujo de verse únicamente como “víctimas” porque su sobrevivencia depende de la existencia continua de los poderes personales que poseen.

Para muchas mujeres precarizadas, lo de menos que deben aguantar es acoso sexual en su lugar de trabajo: lo imperativo es procurar la siguiente comida o la seguridad para sus hijos. Pero no hay que irnos tan lejos: la señora “de alta sociedad” que siempre se maquilló el ojo morado que le dejaba su esposo—hombre ejemplar para la sociedad—o la mujer que triunfó profesionalmente en ámbitos competitivos y preponderantemente masculinos, tampoco pueden darse el lujo de mostrar otra cara que no sea la de fortaleza inquebrantable.

¿Cómo concluyes tus formulaciones con respecto al feminismo en la era actual?

ATK—El feminismo blanco, individualista, liberal, que no cuestiona las dinámicas perversas del capitalismo ni revisa la historia colonial, no tiene las herramientas ni la visión suficiente para constituir un movimiento para la liberación de todas las mujeres. En algunos casos puede ser hasta contraproducente para prevenir y reconocer la violencia. No ayuda en particular que corporaciones, gobiernos e intereses capitalistas estén cooptando muchos de los mensajes y consignas del feminismo. Como mujeres interesadas en combatir el machismo y mejorar las condiciones de vida de todas, debemos informarnos sobre otras corrientes de feminismo y formas de resistencia de mujeres organizadas—algunas mucho anteriores al feminismo y otras en geografías y latitudes que son ignoradas incluso por las genealogías feministas.

Muchas gracias Adriana por tu valentía y honestidad, por compartirnos tu experiencia que, aunque muy dolorosa, nos enseñó bastante y te hizo ser la extraordinaria mujer que eres. Gracias por analizar a profundidad un fenómeno de gran complejidad y por buscar entender la violencia contra las mujeres desde varios ángulos y sin generar resentimientos. Gracias por no buscar la destrucción alentada en el seno del anarquismo corporativo, y por no contribuir a quemar los puentes con quienes son y piensan diferente. Gracias por no sucumbir ante las estrategias del gran capital y de las agencias de inteligencia de los países más desarrollados que se apropian de las luchas de las mujeres e infiltran al movimiento feminista para imponer un orden que solo les beneficia a ellos. Gracias por no aceptar una estrategia contrainsurgente, sino por ser parte de la verdadera insurgencia para logran un mundo más libre y más justo para todas las mujeres. ¡Felicidades este 8M!

Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora Asociada en la Universidad de George Mason (Virginia, EEUU) y se encuentra afiliada al Woodrow Wilson Center en Washington, DC y al Centro México del Baker Institute en la Universidad de Rice. Es autora del libro Los Zetas Inc. (Editorial Planeta, 2018).

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