Nunca más
Opinión por Jacobo Dayán (@dayan_jacobo)
No estamos ante un horror nacido de la nada. La descomposición tiene claros responsables. La brutal violencia se ha ido arraigando y exacerbando al tiempo que la impunidad sistémica la ha protegido e impulsado. La simulación de los distintos gobiernos ha pretendido desactivar la respuesta social, ha servido para tranquilizar conciencias y engañar a otras.
Después de los horrores del nazismo, el filósofo alemán Karl Jaspers publicó El problema de la culpa: sobre la responsabilidad política de Alemania. Jaspers identifica cuatro niveles de responsabilidad. La culpa criminal que consiste en acciones concretas y demostrables. La culpa política sobre funcionarios y ciudadanos que consintieron al régimen. La culpa moral sobre todas las acciones que se realizan al apoyar o colaborar con el gobierno responsable del horror. Por último, la culpa metafísica que se refiere a la solidaridad entre los seres humanos y “nuestra responsabilidad ante todo agravio y toda injusticia, especialmente de los crímenes que suceden en nuestra presencia o con nuestro conocimiento si no hacemos lo que está en nuestro alcance para impedirlo”.
En México las responsabilidades criminales y políticas nunca llegan, de las responsabilidades morales y lo que Jaspers denomina metafísicas hay que hablar, pero sobre todo reflexionar. La autocrítica que realiza Jaspers le lleva a afirma que “algunos se entregaron al cómodo autoengaño… había que participar para mejorar las cosas desde dentro”. “Los actores y ejecutores políticos, los dirigentes y los propagandistas son culpables. Aunque no fueran criminales, tienen no obstante por su actividad una culpa positivamente determinable”.
En esta reflexión, la clase política en su conjunto es responsable, más allá de que hayan o no participado del horror. Todas y todos los funcionarios que bajo el autoengaño que menciona Jaspers se mantuvieron o mantienen pensando que “se pueden mejorar las cosas desde dentro”, lo único que han logrado es limpiarles la cara a gobiernos criminales y de alguna manera desactivar la posible articulación social mediante la administración del horror. Ser parte de los últimos gobiernos y del actual es ser parte de la militarización, del horror y del ataque a la democracia.
Desde el Estado y la clase política no llegará el cambio necesario mientras no exista una masa crítica social que presione y se articule; entonces buena parte de la responsabilidad recae también en la sociedad. En la sociedad y sus agrupaciones hay culpa moral y metafísica. Hay responsabilidad moral al mantener colaboración con gobiernos que han demostrado no tener la voluntad de acabar con la violencia y el horror, bajo la lógica de avanzar ciertas agendas y dar pasos paulatinos, mientras el horror, la injusticia y la mentira avanzan a pasos agigantados. Al Estado y a los gobiernos hay que exigirles su obligación, su razón de ser. Aceptar pequeños avances es legitimar la descomposición del Estado y contribuir a ella. En situaciones como la mexicana estos vínculos entre sociedad y sectores del gobierno abona a la simulación, a la desarticulación social y a la fragmentación de soluciones.
Nada más engañoso que aquello de articularse con las partes del Estado que sí están comprometidas, pero que no tienen la capacidad de generar un cambio profundo para acabar con el horror. Si el desamparo obliga a sectores sociales a tener que buscar vínculos con el Estado criminal y simulador, el foco debe estar en lo general y no en lo particular, y siempre respaldado por la resistencia al horror. De otra manera es autoengaño, como diría Jaspers, pensar que se abona a la solución al dar unos pasos mientras el horror se profundiza y la democracia se diluye rápidamente. Es autoengaño invertir tiempo y esfuerzo a resolver una situación, mientras se descomponen cientos. Es autoengaño dar legitimidad social a algunas iniciativas, mientras el conjunto apunta en otra dirección. Este autoengaño también lleva a sectores sociales a ser cómplices, morales y metafísicos según Jaspers, de la militarización, del horror y del ataque a la democracia.
Se abona más desde la resistencia y la denuncia, movilizándose y articulándose, exigiendo cambios profundos que desde la complicidad con el rostro amable de gobiernos criminales y sin compromiso democrático. En momentos de crisis como la que vivimos, si las voces cercanas al poder o dentro de él no hablan públicamente, denuncian y renuncian y a esto se suma la falta de resistencia social, entonces pasan cosas peores. Allí está la historia.
Jacobo Dayán. Especialista en Derecho Penal Internacional, Justicia Transicional y Derechos Humanos. Se desarrolla como docente, investigador, conferencista, activista, analista, columnista y consultor tanto en México como en el extranjero. (Leer menos)