viernes, 19 de abril del 2024

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La pandemia de covid-19 recordó a las comunidades indígenas que sólo les queda organizarse para cuidarse por sí solas, porque del Estado mexicano no se puede esperar nada.

Tatyi savi

Por Kau Sirenio

Cuando el gobierno federal anunció la puesta en marcha de la fase 2 de la contingencia de la covid-19, las comunidades indígenas acordaron en asambleas comunitarias medidas de seguridad sanitaria para protegerse de la pandemia. La desconfianza de las comunidades indígenas hacia instancias de gobierno los llevó a crear sus medidas de contención. No fue fácil, porque la pobreza y la migración lograron romper el cerco sanitario.

En las comunidades ñuu savi del municipio de San Luis Acatlán, se realizaron asambleas comunitarias para tomar acuerdos con respeto a las medidas sanitarias que se dictaron desde el centro del país sin información en lenguas indígenas. Ante la imposición gubernamental se organizaron por su cuenta para cuidarse ante el abandono del Estado mexicano.

No había de otra para las comunidades ante la pandemia que amenazaba a la población indígena, resistir o morir por la covid-19. Así que los asambleístas cerraron sus fronteras y ordenaron que los visitantes y estudiantes que viven en Chilpancingo, Acapulco, Guadalajara, Puebla y Ciudad de México tomaran las medidas antes de llegar con sus familiares.

Las medidas consistían en chequeo médico en el centro de salud, además los visitantes tuvieron que aislarse en cuarentena para no contagiar a los adultos mayores, los que estaban en peligro. Los sabios de la comunidad, los ancianos que sirvieron a su pueblo estaban ante el peligro de la pandemia.

Con una población de 3 mil 700 habitantes, Cuanacaxtitlán cerró sus accesos con guardia comunitaria y estableció las medidas para contener el contagio. En esta comunidad se dedican a la agricultura y en pequeña escala a la ganadería. La mayoría vive gracias a las remesa de más de 2 mil paisanos que emigraron a los Estados Unidos, mientras que los demás se encuentran en los campos agrícolas de Sinaloa, Chihuahua, Michoacán, Jalisco, Nuevo León, Sonora, Baja California, Baja California Sur; y en menor medida a la zona urbana de Estado de México y Ciudad de México.

Mientras que en la carretera Marquelia-Tlapa que bordea la montaña de Guerrero se instalaron puestos de revisión y sanitización. Las medidas de cuidado ante la pandemia se tomaron en cada asamblea comunitaria.

Así las cosas, las comunidades indígenas han sobrevivido a múltiples epidemias producto de la invasión española en México. Casi en todos esos casos en la historia de México, las mujeres jugaron un papel medular en el cuidado y combate de las enfermedades.

Sin embargo, la medicina tradicional que las mujeres practican pocas veces se les reconoce: sin dinero ni estudios universitarios, las mujeres se han enfrentado a las olas de contagios que les permitieron perfeccionar el cuidado de los enfermos desde la herbolaria. Pero, no todas corrieron con suerte, varias de ellas cayeron en el combate de la epidemia.

Un día platiqué con mi mamá, María Pioquinto, para saber un poco más de la epidemia que ella vivió en la comunidad donde nací. En esa conversación me aseguró que años atrás no sabía de qué se morían los de Cuana (así le decimos de cariño a Cuanacaxtitlán):

“En 1976 murieron alrededor de 50 niños por la epidemia de sarampión, un año después pasó la tosferina a rematar a los pocos sobrevivientes que quedaban de sarampión” me contó.

De 70 años, María habla de otro ataque epidemiológico en Cuana: “En 1990, murieron muchas personas en el pueblo, creo que fue por el cólera que atacó a señores de edad, recuerdo que esa vez el centro de salud no daba abasto, porque eran muchos los enfermos, diario había campanada de luto”.

Esta comunidad ñuu savi sobrevivió a las plagas: de langostino en 1930; la de nigua (Afecta principalmente la piel de los pies) en 1940; y la de piojillo blanco en 1960. Pero, tuvieron que palear el hambre comiendo raíces de árboles, porque no había comida, la escasez de maíz fue más brutal que la de covid-19.

“En ese entonces –agrega María Pioquinto–, no había forma de contener las enfermedades o las plagas; al sarampión lo atacaban con mezcal y aceite de oliva, a la tosferina con sangre de iguana; pero a las plagas como la de nigua y piojillo sólo con el agua caliente y cal. Hasta que en 1978 tuvimos el centro de salud, sólo así pudimos acabar con estos males”, recuerda.

Con el cierre de los caminos intercomunitarios y las vigilancias permanentes por los miembros de la Policía Comunitaria, las comunidades quedaron incomunicadas, pero lograron sobrevivir a la primera oleada de la pandemia gracias a las remesas que recibieron de sus familiares que viven en los Estados Unidos.

Así la historia, a las comunidades sólo les queda organizarse para cuidarse por sí solas, porque del Estado mexicano no se puede esperar nada. Ni siquiera información clara en lengua materna de las poblaciones indígenas.

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